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Aún retumba en mis oídos el sonido de las balas, ese ruido imponente y aterrorizante que hace recordar los momentos más duros de la vida. Apenas esta mañana sentía una débil esperanza de que este día fuera tranquilo, sin combates, pero cuando mi reloj marcaba las 12:15 pm, escuché los helicópteros, fieros y poderosos en el cielo, buscando a mis camaradas combatientes; detrás de los ases del firmamento venían los llamados héroes de la patria, dispuestos a morir por su nación siguiendo incondicionalmente a sus corruptos líderes. Venían dispuestos a acabar con nuestras vidas. Tomé mi rifle AK-47 y me dispuse a empuñarlo para quitarle la vida a un pobre hombre que se atravesara en el camino de mi bala. Cuando me disponía a halar del gatillo y matar de nuevo un compatriota, reflexioné sobre lo que estaba a punto de hacer. Luego sentí un golpe seco y fulminante en mi cuerpo, un golpe que no podía ser provocado por un hombre, mi brazo no respondía y mi ser atravesaba una fuerte tortura provocada por el fuego cruzado en el que me encontraba, solo al rato me percaté de que la bala había atravezado mi brazo. De repente no aguanté más el dolor y caí al suelo, agobiado por un incalculable calvario, lo que me llevó a recordar esos fríos días del invierno continuo de la ciudad grande y melancólica donde viví mis primeros años, esos días en que nada era tan complicado ni estresante. Mi historia comienza a la corta edad de 15 años, cuando iniciaron las malas decisiones. Es difícil pensar cuál fue el primer error, tal vez fue aferrarme a una ideología perdida y obsoleta, difamada por los medios, o tal vez fue creer que yo podía cambiar la concepción que el mundo tenía sobre ese ideal. Debo reconocer que la política es algo que no es para todos, a la mayoría no le importa y es un tema aburrido, genera indiferencia. Solo a unos pocos y afortunados les interesa, ellos buscan su bien individual y no el grupal, pero en cambio hay otros que tratan de mejorarlo, tratan de ayudar, son llamados de diversas maneras, el que más se acerca es el término “socialistas”. Hoy me siento orgulloso de haber sido quien soy, fui un orgulloso militante comunista, colaboré con el pueblo maltratado de Colombia, y hoy me pagan con la traición. Manada de desagradecidos. Empezaré desde el principio. Todo inició un día cualquiera de estudio. Cursaba en ese entonces el noveno grado, inicié mis estudios sobre un verdadero genio llamado Karl Marx, un hombre que buscó reivindicar a la clase trabajadora, esto me llamó mucho la atención por la inconformidad en mi familia por el trato preferencial que sentía en mí hermano por parte de mis padres. En ese momento tenía solo una sana curiosidad juvenil, nada serio. Al pasar los días me obsesioné con la idea de un mundo justo, un mundo en el que todos fuéramos iguales, una realidad utópica que parecía inalcanzable. Cada día me convertía en una persona más centrada e idealizada. Me preocupaba más la historia de líderes de antaño, famosos por dirigir una revolución en sus lugares de origen. Nunca pensé que una obsesión me llevaría a este punto, donde me tendría que recuperar lentamente de un agujero en mi espalda, que me impide levantarme de mi lecho, porque al parecer, atravesó una importante parte de mi columna vertebral. El combate finalizó ya hace dos horas, todo está relativamente calmado, el comandante ha establecido un perímetro de seguridad libre de soldados enemigos, dice que perdimos ya a la mitad de la cuadrilla y me siento intranquilo, presiento que moriremos, pero no se aún como.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ahora que me enfrento a una herida de bala, reflexiono sobre lo que he hecho en los últimos años, me he dado cuenta de que perdí un buen tiempo. Mi primera arma la empuñé en una protesta hace tres años, me la dio un amigo, me dijo que por ser estudiantes no seríamos escuchados y que lo único que podíamos hacer era crear un disturbio, de esa manera nos citarían a negociar. Ese fue el primer paso, luego siguieron reuniones en antros clandestinos con expertos oradores, tratando de convencernos sobre la importancia del movimiento armado en una revolución, y de que el único camino de a la victoria era mediante la violencia. Me pregunto por qué caí aquí, en un monte inhóspito, y rodeado por un ejército de hombres buscándome para matarme, y sin un camino seguro, si me quedo me mata el ejército, si me voy me cazan como a un animal. Estoy entre la espada y la pared. Además porque nuestro comandante es un vicioso egoísta y desalmado, a quien solo le molesta sacrificar a sus hombres porque luego le rendirán cuentas sus jefes. Ahora que lo pienso, esta guerra es sólo un gran juego de ajedrez, con nosotros como peones, los comandantes menores como las torres, los alfiles y los caballos, los jefes de bloque como las reinas, y el secretariado central como el infame y absurdamente poderoso rey. Nos enfrentamos al Estado como nuestro rival, con el ejército lleno de peones y el corrupto presidente como el rey. Ahora siento mucho frio, una gélida y lúgubre brisa que entra por mi herida en la espalda y atormenta todo mi cuerpo. Hace meses conocí a una chica, cuyo nombre resulta irrelevante en este momento. Había ingresado a la guerra hace ya dos años, (Un año después que yo), y venía preguntando por su hermano, quien había muerto en combate hacía dos meses, pero ni ella ni su familia se habían enterado. Su hermano era mi amigo, murió en una emboscada del ejército en medio de la noche, en un bombardeo a nuestro campamento. A él no lo mataron las explosiones, sino su propia estupidez, al no seguir las órdenes del drogadicto que nos dirigía, quien nos dijo claramente que no intentáramos responder a la ofensiva ya que sería solo un inútil derramamiento de sangre, que obviamente sería su culpa y tendría que responder por ello. Intentó tomar su rifle y disparar al aire para ahuyentar al enemigo. Recuerdo claramente que le grite: ¡Tírate al suelo, te matarán!, y como predicción siniestra, su cuerpo quedó cercenado en cuestión de segundos, mientras nos escondíamos debajo de las piedras en los improvisados refugios que habíamos encontrado. Su hermana se enteró del deceso de su hermano hasta que yo se lo informé, ya que nuestro comandante pasaba todo el día inhalando ese maldito polvo que financia nuestra campaña. Pasamos de ser un grupo insurgente a un grupo de vándalos y traficantes repudiados por la sociedad. La chica me dijo que desertaría, que era su deber salvar su propia vida para continuar el linaje de su familia, ya que ella y su hermano eran los únicos hijos del matrimonio de sus padres, y me sugirió que me fuera con ella, quería que huyéramos, pero yo estaba demasiado cegado por las palabras del comandante mayor. Ella se fue, y apuesto a que en este momento vive relativamente tranquila, que lastima que sea hasta este último momento de mi vida que me doy cuenta de lo crédulo y estúpido que fui. Sé que lo único que me queda por hacer es limpiar mi conciencia. Tomo mi armamento de dotación, saco mi última granada y en acto de estúpida valentía la tiro contra los desprevenidos milicianos que rodean el perímetro establecido por el comandante, solo siento otro impacto en mi cuerpo proveniente de un compañero temeroso por su vida. Ahora entiendo como moriríamos, sería por mi propia mano, sé que mi sacrificio será olvidado y seré recordado por la policía como un criminal traidor, y por la guerrilla como un infame traidor, pero no me importa ya, estoy en verdadera paz, sintiéndome plenamente alegre. Veo luz alrededor de mí, se lo que significa y me preparo, luego, camino hasta ella y siento cómo mi alma por fin se libera de su atadura mortal, estaba por fin tranquilo, liberado de mis culpas y en pocas palabras, era sencillamente feliz.

ESCAPE HACIA LA FELIZ LIBERTAD

POR: DAVID ARTURO MONTENEGRO. 11º.

 

Ilustración de: Juan Sebastián Silva Medina. 8º.

(a)

Anonimatum

EQUIPO DE COMUNICACIONES DEL INSTITUTO

SAN BERNARDO DE LA SALLE

Página creada por Mateo Isaac Laguna Muñoz. (2014)

Director de medios del Equipo de Comunicaciones del Instuto San Bernardo de La Salle. Anonimatum.

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